Nadie piensa en la muerte, mucho menos, cuando uno se siente joven y pleno, bueno eso de pleno, dos que tres, ya muchos están más corridos que las 500 millas de Indianapolis.
En punto, es que…
¿Quién? en la flor de la vida va estar pensando en su testamento, el funeral y todas esas hueas que solo estando en las últimas se pone uno a pensar.
Digo, de entrada, el testamento… que tanto puedo dejar, mi álbum de pepsicards, un darth vader de colección semi abierto (hmmm, ¡rayos porque abrí la caja!), mi guitarra eléctrica y unos cuantos cd's, mas que testamento parece, bazar de fin de semana.
Ahora bien, el dichoso funeral, que las misas, que los rosarios, no inventen resulta que muerto voy a ser mas devoto que en vida. Para que tanto, como si en vida hubiera sido un santo. Y no es que quiera que mi alma quede a la deriva o pase la eternidad en un afrodisíaco spa de azufre, fuego y sufrimiento. Pero, pienso que sería un tanto hipócrita de mi difunta parte, tanto ritual después de muerto.
Ah pero como olvidar, el clásico, "yo prefiero ser (enterrado ó incinerado)", no, no no, tal parece que importa mas donde quede tu cuerpo que tu pobre alma.
Y es que nunca me había planteado, todos estos dilemas, hasta el día hoy, pues en la mañana, recibí el siguiente mensaje:
―No manches wey, soñé que te atropellaban bien cañón, ándate con cuidado, va, sale, al rato le caes a la casa para echar las cartas.
Peculiar manera de empezar el día…
"La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo." -Epicuro de Samos -